Publio Terencio Africano, un dramaturgo romano de origen norteafricano, fue uno de los grandes autores del teatro latino. Nacido probablemente como esclavo en el siglo II a.C., Terencio alcanzó la libertad y el reconocimiento a través de su talento literario. Su frase más célebre, “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (“Soy humano, nada de lo humano me es ajeno”), aparece en su obra El enemigo de sí mismo (Heauton Timorumenos) y ha trascendido siglos como un recordatorio de nuestra humanidad compartida. Terencio, con su aguda observación de la vida cotidiana y sus reflexiones sobre la naturaleza humana, ofrece una perspectiva que aún hoy nos interpela, especialmente en un mundo marcado por la intolerancia y las divisiones.
Esta frase, un llamado a la empatía y al entendimiento mutuo, es una brújula para abordar conflictos contemporáneos como el racismo y la exclusión social. En un contexto latinoamericano e internacional, donde las desigualdades y las tensiones culturales son palpables, ¿cómo podemos aplicar esta visión de lo humano para mejorar nuestras interacciones cotidianas?
De la teoría a la práctica: Terencio en el día a día
La frase de Terencio nos invita a reconocer que las diferencias de cultura, raza o experiencia no deben separarnos, sino enriquecer nuestra convivencia. En la vida cotidiana, este principio puede traducirse en gestos concretos que promuevan el entendimiento y el respeto mutuo:
- En el transporte público: En ciudades latinoamericanas como Ciudad de México, Bogotá o São Paulo, el transporte público puede ser un microcosmos de desigualdad. Reconocer al otro como un igual puede empezar con pequeños actos: ceder un asiento, ayudar a alguien con una carga pesada o simplemente evitar juicios apresurados basados en la apariencia.
- En el ámbito laboral: En un equipo multicultural o diverso, es importante escuchar las perspectivas de todos. Por ejemplo, si un colega comparte una experiencia personal relacionada con discriminación, practicar la escucha activa, en lugar de minimizar o contradecir, es un acto que refleja la esencia del pensamiento de Terencio.
- En las redes sociales: Las plataformas digitales suelen amplificar divisiones. En lugar de responder con agresividad a opiniones contrarias, preguntar con respeto o buscar puntos en común puede transformar una discusión en un intercambio constructivo.
La paradoja de la experiencia personal
En América Latina, donde conviven poblaciones indígenas, afrodescendientes, mestizas y migrantes, la experiencia subjetiva es una herramienta poderosa para visibilizar desigualdades históricas. Sin embargo, cuando se utiliza para invalidar o excluir otras perspectivas, puede generar lo que algunos llaman tribalismo epistémico: la idea de que solo aquellos con ciertas experiencias tienen derecho a opinar sobre ciertos temas.
Por ejemplo, una comunidad puede reclamar su historia de opresión, como los pueblos indígenas frente al extractivismo, y esta reivindicación es justa y necesaria. Pero, ¿qué ocurre cuando esta narrativa excluye por completo la posibilidad de diálogo con quienes no comparten esa experiencia directa? Aquí es donde la frase de Terencio puede actuar como un puente, recordándonos que, aunque nuestras historias sean distintas, seguimos compartiendo una humanidad común.
Mayéutica en acción: El legado socrático
El método socrático nos ofrece herramientas prácticas para aplicar esta visión en nuestras interacciones diarias. En lugar de asumir posturas defensivas, podríamos abordar los conflictos con curiosidad y apertura:
- En la familia: Si alguien en casa tiene opiniones diferentes sobre temas como migración o justicia social, en lugar de discutir, podríamos preguntar: “¿Por qué piensas eso?” o “¿Qué te llevó a esa conclusión?”. Este tipo de preguntas no solo desarma tensiones, sino que abre espacio para reflexionar juntos.
- En la comunidad: Participar en actividades vecinales, como proyectos de reciclaje o apoyo a los más vulnerables, puede ser una manera tangible de practicar la empatía y trabajar por un bien común. Estas acciones muestran que lo que nos une puede ser más fuerte que nuestras diferencias.
- En los espacios educativos: En las escuelas, implementar dinámicas de diálogo entre estudiantes de diferentes contextos puede enseñar a las nuevas generaciones a valorar la diversidad como una riqueza, no como una amenaza.
Conclusión: Terencio y nosotros
La frase de Terencio es mucho más que un ideal filosófico: es una invitación a construir un mundo donde el diálogo, la empatía y el reconocimiento mutuo sean la base de nuestras relaciones. En un mundo polarizado, cada gesto, por pequeño que parezca, puede ser un paso hacia una sociedad más justa e inclusiva.
Como nos enseñó Sócrates, cuestionar nuestras certezas y buscar la verdad a través del diálogo es el camino para trascender nuestras divisiones y abrazar lo que nos une como seres humanos.
Pregunta para el lector:
¿Qué acciones concretas podrías emprender en tu entorno para vivir el espíritu de “nada de lo humano me es ajeno”? Comparte tus ideas y experiencias, y sumemos al diálogo.