La Piedra Fundacional de Jerusalén: Un Vínculo Sagrado entre Cielos y Tierra
Jerusalén es una ciudad que inspira y fascina, un crisol de culturas, religiones e historias entrelazadas. En el corazón de esta milenaria urbe se encuentra un lugar singular que ha sido testigo de grandes eventos y figuras sagradas: la Piedra Fundacional, conocida también como la Piedra de Fundación o “Even ha-Shetiyah“. Este sitio es quizás el punto de intersección más significativo de las tradiciones abrahámicas, marcando tanto la historia de la fe como la narrativa identitaria de millones de personas en todo el mundo.
Un Enlace entre los Tiempos de Abraham y el Rey David
La Piedra Fundacional, ubicada en lo que hoy es el Monte del Templo, se considera el lugar donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo en obediencia a Dios. Según la tradición, este es el punto donde el patriarca, común a judíos, cristianos y musulmanes, probó su lealtad y fe. En el relato bíblico de Génesis 22, Dios detiene a Abraham en el último momento, reemplazando a su hijo con un carnero. Este episodio fundacional une a las tres religiones monoteístas, cimentando un vínculo de fe que ha perdurado a través de los siglos.
En el Talmud, específicamente en Sotah 10:2, se profundiza en la interpretación del sacrificio de Isaac, resaltando no solo la obediencia inquebrantable de Abraham, sino también la misericordia divina que detuvo el sacrificio. Este texto rabínico enfatiza la dimensión ética y espiritual del evento, subrayando la confianza absoluta en la voluntad divina y estableciendo un paradigma de fe que resuena a lo largo de las generaciones.
Además, la Piedra Fundacional es considerada en la tradición mística judía como la “Even ha-Shetiyah“, Según la tradición cabalística, esta piedra es la piedra angular de la Creación. Bajo esta piedra, Dios atrapó las aguas del diluvio del abismo, la fuente de todas las aguas del mundo. Además, se cree que todos los vientos del mundo también se originan allí. La piedra, que se encuentra bajo el Monte del Templo, es vista como un fragmento del Trono de Gloria de Dios y está inscrita con el Tetragrámaton, el nombre sagrado de Dios en hebreo. Una porción de esta piedra fue utilizada por Dios para crear las dos tablas de los Diez Mandamientos, estableciendo así su papel central en la teología y la historia sagrada.
Siglos después, esta piedra y el Monte del Templo serían nuevamente escenario de un evento trascendental: el establecimiento de Jerusalén como la capital del reino de David. El rey David, líder y poeta, reconoció el valor simbólico y espiritual de esta ciudad y la eligió para albergar el centro de la fe judía. En 2 Samuel 5:7, se narra cómo David conquista Jerusalén y la establece como su capital, consolidando su relevancia en la narrativa de la descendencia mesiánica tanto en la fe judía como en la cristiana.
El Templo de Salomón: La Consagración de un Espacio Sagrado
El Rey Salomón, hijo de David, llevaría la visión de su padre aún más lejos, construyendo el Primer Templo en el Monte del Templo en el siglo X a.C. Se dice que la Piedra Fundacional se encontraba en el Santo de los Santos, el lugar más sagrado del Templo, donde solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año durante Yom Kipur. Este templo representaba el centro espiritual y político del pueblo israelita y simbolizaba la unión entre Dios y su pueblo. Fue un lugar de oración, sacrificios y festivales, y consolidó a Jerusalén como un centro espiritual incomparable.
La Biblia, en el libro de 1 Reyes 8, describe detalladamente la dedicación del Templo de Salomón, resaltando la importancia de la Piedra Fundacional como el núcleo de la presencia divina. Este pasaje subraya cómo Salomón invocó a Dios para habitar entre su pueblo y bendecir la construcción del templo, estableciendo un vínculo sagrado que trascendía lo terrenal.
Lamentablemente, el Templo de Salomón fue destruido en el año 586 a.C. por el rey babilónico Nabucodonosor II, quienes exiliaron al pueblo israelita. Setenta años después, bajo el edicto del rey persa Ciro el Grande, los judíos regresaron de Babilonia y reconstruyeron el Segundo Templo. Este segundo templo, conocido como el Segundo Templo, fue reconstruido y embellecido por Herodes el Grande en el siglo I a.C., expandiendo el Monte del Templo para acomodar el vasto edificio y las oficinas administrativas. Para muchos judíos, el Segundo Templo fue el centro de su vida religiosa hasta su destrucción por las fuerzas romanas en el año 70 d.C., lideradas por el general Tito.
La Piedra Fundacional en el Periodo Intertemporal
Tras la destrucción del Segundo Templo en el 70 d.C., Jerusalén experimentó un largo periodo de cambios políticos, religiosos y culturales. Durante los siguientes siglos, la ciudad estuvo bajo el dominio de diferentes imperios, incluidos los bizantinos, los musulmanes, los cruzados y los otomanos. Este periodo intertemporal fue crucial para la transformación y significación de la Piedra Fundacional.
Dominio Musulmán y la Construcción de la Mezquita de Al-Aqsa
En el siglo VII, tras la expansión del Islam, Jerusalén fue conquistada por los ejércitos musulmanes liderados por el califa Umar ibn al-Khattab en el año 637 d.C. Durante este periodo, los musulmanes respetaron la santidad de los lugares sagrados existentes. La construcción de la Mezquita de Al-Aqsa en el Monte del Templo comenzó en el siglo VII, pero la estructura actual fue principalmente erigida durante el califato omeya en el siglo VIII por el califa Abd al-Malik. Esta mezquita, junto con el Domo de la Roca, fue diseñada para consolidar la presencia islámica en Jerusalén y para proporcionar un lugar de adoración para los musulmanes, estableciendo al Monte del Templo como uno de los lugares más sagrados del Islam.
El Domo de la Roca: La Perspectiva Islámica
En el año 691 d.C., la historia de la Piedra Fundacional dio un nuevo giro con la construcción del Domo de la Roca por el califa Abd al-Malik. Este hermoso santuario, con su cúpula dorada que brilla sobre Jerusalén, se erigió sobre el mismo Monte del Templo y alberga la Piedra Fundacional. Para el Islam, este lugar también es profundamente sagrado.
Los musulmanes creen que el profeta Mahoma (570–632 d.C.) fue transportado en una criatura celestial desde la Mezquita de La Meca hasta la “mezquita más alejada” durante su “Viaje Nocturno” (Isra wal-Miraj), que la tradición identifica con la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Desde allí, según la tradición, Mahoma ascendió a los cielos, donde se encontró con profetas anteriores y recibió enseñanzas divinas. Aunque el Corán no menciona explícitamente Jerusalén o Al-Aqsa, el verso Surah Al-Isra (17:1) hace referencia al viaje nocturno del Profeta, y la tradición islámica, basada en los Hadices, identifica esta “mezquita más alejada” como la Mezquita de Al-Aqsa.
El Corán, en Surah Al-Isra (17:1), menciona el viaje nocturno de Mahoma, aunque no detalla el lugar específico. Sin embargo, la tradición islámica ha identificado el Domo de la Roca como el sitio exacto de este evento místico. Además, en los Hadices, se refuerza la santidad de este lugar y su conexión con figuras proféticas anteriores, estableciendo un puente entre el judaísmo, el cristianismo y el islam.
El Hadiz, en narraciones como las de Sahih Bukhari y Sahih Muslim, amplían esta referencia, proporcionando detalles sobre el encuentro de Mahoma con profetas anteriores y su ascensión a los cielos desde este lugar sagrado. Así, aunque el Corán no mencione directamente Jerusalén, la tradición islámica ha establecido firmemente la importancia de la Mezquita de Al-Aqsa en la teología y práctica musulmana.
La Piedra Fundacional es considerada en algunas tradiciones místicas judías como un fragmento del Trono de Gloria de Dios, inscrita con el Tetragrámaton, y utilizada para crear las dos tablas de los Diez Mandamientos. Se dice que Dios movió esta piedra solo una vez, para desatar el Diluvio en los tiempos de Noé. Según leyendas, cuando el rey David intentó mover la piedra hacia el Santo de los Santos, desató el caos, y solo mediante el poder teúrgico de recitar los Salmos logró devolver las aguas del abismo a su lugar. Otras tradiciones afirman que la roca levita en una cueva debajo del Monte del Templo y que, cuando finalmente caiga, la venida del Mesías será inminente.
El Domo de la Roca, en lugar de simplemente ser un monumento, representa un vínculo físico y espiritual que une a las tres religiones monoteístas. Su estructura ha sobrevivido siglos de conflictos, cruzadas y conquistas, siendo uno de los edificios más antiguos del mundo islámico que aún se mantienen en pie. Hoy, el Domo sigue siendo un lugar de oración y devoción, y su cúpula dorada, una de las imágenes más reconocibles de Jerusalén, continúa inspirando respeto y reverencia.
Lecciones Históricas y Arqueológicas
Historia Breve
Los judíos creen que la “piedra fundacional” bajo el Domo de la Roca se encuentra sobre el Monte Moriah, el sitio del sacrificio de Isaac. El rey Salomón construyó su Templo sobre esta roca en el siglo X a.C., pero fue destruido en 587 a.C. por el rey babilónico Nabucodonosor II. Setenta años después, bajo el edicto del rey persa Ciro el Grande, los judíos regresaron de Babilonia y reconstruyeron el Segundo Templo. Años más tarde, aproximadamente en 160 a.C., los macabeos rededicaron el Templo después de su profanación por los seléucidas.
Expansión del Segundo Templo
En el primer siglo a.C., el Segundo Templo, construido por los retornados de Babilonia, fue reconstruido y expandido masivamente por el rey Herodes. Para acomodar el vasto edificio del Templo y las oficinas administrativas, la meseta del Monte Moriah fue ampliada para convertirse en una plataforma colosal con enormes muros de contención. La Muralla Occidental, el sitio de oración para los judíos durante siglos, formaba parte de estos muros de contención. Sin embargo, los ejércitos romanos, liderados por Tito, destruyeron el Templo en 70 d.C.
La Mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca
Musulmanes creen que el profeta Mahoma fue transportado desde la Mezquita de La Meca a la “mezquita más alejada” durante su “Viaje Nocturno” (Isra wal-Miraj), que la tradición identifica con la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. La Mezquita de Al-Aqsa fue construida en el siglo VII, pero la estructura actual data principalmente del califato omeya en el siglo VIII. El Domo de la Roca, construido en 691 d.C., es un santuario adornado con una cúpula dorada que alberga la Piedra Fundacional.
Las Cruzadas y Restauraciones Musulmanas
En 1099, los cruzados capturaron Jerusalén y el Monte del Templo, convirtiendo la Mezquita de Al-Aqsa en un palacio y el Domo de la Roca en una iglesia. Sin embargo, en 1187, Saladino reconquistó Jerusalén y restauró la mezquita a su estado islámico original, reafirmando su importancia espiritual.
El Terremoto de 1927 y Descubrimientos Arqueológicos
El terremoto de 1927 provocó el colapso mayor de la Mezquita de Al-Aqsa, lo que llevó a extensas renovaciones. Durante este periodo, al menos dos fotógrafos cristianos, incluido el arqueólogo británico Robert Hamilton, exploraron y documentaron partes de la mezquita y sus alrededores. Hamilton fotografió, esbozó y excavó lo que encontró, aunque prometió no revelar hallazgos que pudieran ser inconvenientes para las autoridades islámicas, como evidencias de los Templos Judíos. Las fotografías documentaron mosaicos, pasadizos, cisternas y madera que posiblemente formaron parte del complejo del Templo Judío. Muchas de estas imágenes están disponibles en los archivos de la Autoridad de Antigüedades de Israel y en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Los análisis de las vigas de cedro y ciprés encontradas sugieren que algunas datan de hace más de 2,000 años, indicando que pudieron haber sido utilizadas en estructuras anteriores. Las imágenes muestran columnas y pasadizos subterráneos que podrían haber pertenecido al Templo Judío, aunque estos hallazgos han sido eliminados en años recientes por los bulldozers del Waqf (Consejo Musulmán) durante la construcción de nuevas mezquitas subterráneas en el Monte del Templo. Afortunadamente, las fotografías existentes permiten documentar lo que probablemente fueron partes del complejo del Templo Judío, desafiando las negaciones oficiales.
Pasaje subterráneo que conduce al norte desde la Puerta Doble hacia el centro del Monte del Templo.
(Biblioteca del Congreso)
Columna en el pasaje subterráneo. El epígrafe de la Biblioteca del Congreso dice: “El área del Templo. La Puerta Doble. Entrada antigua que muestra detalles de tallado”.
La Importancia para la Cultura Occidental
El valor de la Piedra Fundacional trasciende la historia y la religión, impactando profundamente la cultura occidental. La narrativa de Abraham, el establecimiento de Jerusalén como capital del rey David y la construcción del Templo de Salomón son pilares en la historia de Occidente, temas que han influido en la filosofía, el arte, la literatura y hasta la política. El concepto de sacrificio, fe y búsqueda espiritual ejemplificado en esta piedra ha inspirado obras de arte, música y arquitectura, desde las catedrales góticas hasta el Renacimiento y la literatura contemporánea.
En la Biblia, específicamente en el Libro de Isaías y el Libro de los Salmos, se hace referencia constante a Jerusalén como una ciudad sagrada, símbolo de justicia, paz y conexión divina. Estos textos han sido fundamentales en la formación de la ética y los valores occidentales, promoviendo ideales de moralidad y comunidad basados en la fe compartida. Por ejemplo, en Isaías 2:3, se predice que Jerusalén será exaltada y todas las naciones fluirán hacia ella para aprender sus caminos de justicia.
Además, la Piedra Fundacional simboliza algo eterno: el anhelo de la humanidad por encontrar respuestas trascendentales y conectar con lo divino. La noción de una “piedra de origen” o “piedra angular” ha inspirado en la cultura occidental metáforas sobre los cimientos de la verdad, la justicia y el bien común, conceptos que continúan vigentes en la educación, la filosofía y el derecho. En Efesios 2:20, la “piedra angular” es una metáfora para Cristo, destacando la continuidad del simbolismo de la piedra en la tradición cristiana.
Un Lugar para el Diálogo y la Reflexión
Hoy, la Piedra Fundacional, visible bajo el Domo de la Roca, se encuentra en el corazón de Jerusalén, un espacio donde las tensiones entre la coexistencia pacífica y el conflicto son constantes. Pero también es un símbolo de algo que trasciende lo humano: la búsqueda de significado y la unión de lo espiritual con lo material. La Piedra de Fundación sigue siendo un recordatorio de la herencia común que conecta a las tres religiones monoteístas y al legado cultural de Occidente.
En los textos talmúdicos, como en Sanedrín 98a, se enfatiza la importancia de Jerusalén como el epicentro de la vida espiritual judía, un lugar donde la humanidad puede acercarse a lo divino a través de la oración y la acción ética. Estos textos invitan a la reflexión sobre la responsabilidad colectiva de mantener la santidad y la justicia en esta ciudad sagrada.
Asimismo, en la tradición islámica, la importancia de Jerusalén como tercer lugar sagrado después de La Meca y Medina se refleja en numerosos Hadices y narraciones históricas, promoviendo un respeto interreligioso y una comprensión más profunda de su significado compartido. Por ejemplo, Surah Al-Baqarah (2:125) menciona la importancia de la “casa segura”, que muchos interpretan como la Mezquita de Al-Aqsa, subrayando su relevancia en el Islam.
En la Biblia, pasajes como Mateo 5:5 (“Los mansos heredarán la tierra”) y Salmos 122:6 (“Ora por la paz de Jerusalén”) reflejan la aspiración de armonía y justicia que emana de la relación con esta ciudad sagrada.
¿Cómo se ve por dentro?
Conclusión
La Piedra Fundacional de Jerusalén no solo es un símbolo religioso, sino también un emblema de la interconexión humana a través del tiempo y las culturas. Al explorar sus raíces en las tradiciones judía, cristiana e islámica, comprendemos mejor cómo un solo punto geográfico puede albergar tantas significaciones espirituales y culturales. Este vínculo sagrado entre cielos y tierra nos invita a profundizar en nuestras propias creencias y a valorar la riqueza de nuestra herencia compartida, promoviendo un entendimiento más profundo y una convivencia más armoniosa en un mundo cada vez más diverso.
En cada época, esta piedra ha sido testigo de la humanidad en su búsqueda de significado. Nos invita a recordar que, en nuestro núcleo, compartimos una historia común, anhelos profundos y una aspiración constante de unión y paz. Y quizás, al igual que aquellos que la veneraron a través de los siglos, podamos hallar en ella un renovado sentido de propósito y esperanza, fomentando un diálogo interreligioso que celebre nuestras similitudes y respete nuestras diferencias.
La Piedra Fundacional, con su presencia atemporal, nos recuerda la fragilidad y la resiliencia de la fe humana, y nos insta a construir puentes de entendimiento y respeto mutuo. En un mundo marcado por la diversidad y, a veces, por el conflicto, este símbolo sagrado permanece como un faro de unidad y esperanza, inspirándonos a buscar la armonía entre lo divino y lo terrenal, entre los cielos y la tierra.
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