Ciencia y alquimia: el sueño dorado renace en el CERN

Hace siglos, los alquimistas fabularon la existencia de la piedra filosofal, aquella sustancia mítica capaz de obrar milagros: no solo prolongar la vida, sino transformar metales básicos en metales preciosos,. Su gran obra era convertir el plomo en el radiante oro. Hoy, bajo los túneles del CERN, ese sueño ancestral revive con la física de partículas moderna.

De plomo a oro: ciencia de vanguardia

Imagen: el detector ALICE del CERN donde se midió la transmutación de plomo en oro. En el experimento ALICE del Gran Colisionador de Hadrones, los científicos han recreado de forma fugaz la soñada transmutación. Al acelerar núcleos de plomo casi a la velocidad de la luz y hacerlos rozar muy de cerca, se generan campos electromagnéticos tan intensos que arrancan protones del núcleo. Al perder tres protones, un núcleo de plomo (82 protones) se convierte instantáneamente en un núcleo de oro (79 protones).

Esta disociación electromagnética no es alquimia ni química: es física nuclear extrema. Un «fotonazo» cuántico del campo del acelerador provoca vibraciones en el núcleo, expulsando protones y neutrones. El equipo ALICE, con sus detectores ultrasensibles, ha medido por primera vez esta huella dorada de transmutación, algo que ni los alquimistas más ilusionados pudieron lograr.

Oro efímero y límites reales

Lo logrado en el CERN es asombroso, pero también efímero. Los átomos de oro generados existen solo por una fracción minúscula de segundo: el propio acelerador los destruye al instante. Además, la cantidad producida es ridículamente pequeña. ALICE genera unos 89.000 núcleos de oro por segundo, pero sobre un total de cientos de miles de millones de iones de plomo. En la práctica no hay mina de oro ni lingotes que recoger: es solo una pizca de oro virtual que confirma las leyes de la naturaleza.

Principales lecciones:

  • El experimento no produce oro estable ni reutilizable: los núcleos de oro se desintegran al instante y no pueden extraer.
  • El valor real está en validar modelos físicos complejos: esa pizca de oro fugaz confirma nuestras teorías sobre cómo se comportan los núcleos en campos electromagnéticos extremos.
  • Estos resultados permitirán mejorar futuros aceleradores, al comprender mejor las pérdidas de protones y neutrones en el haz y optimizar su funcionamiento.

Ciencia y mito entrelazados

El brillo del oro ha fascinado al ser humano desde siempre. Para los alquimistas medievales, transformar el plomo en oro era mucho más que cambiar materia: era un símbolo de purificación y perfección interior. Hoy sabemos que no existe receta química mágica para ello: el plomo y el oro son elementos distintos y la química corriente no puede transmutarlos. Sin embargo, cada avance científico revive ese anhelo antiguo.

La «magia» persiste en la maravilla del hallazgo: un experimentador en Suiza, con la fría física y el cálido asombro intacto, ha conseguido algo que hace un siglo habría parecido imposible. Como observa el portavoz de ALICE, Marco van Leeuwen, los detectores pueden manejar miles de partículas en cada colisión y aun así registrar estos raros procesos de “transmutación nuclear”. En ese gesto se funde ciencia y mito: el oro que aparece bajo el acelerador es fugaz, pero el reflejo de la idea —que la naturaleza permite la transmutación bajo condiciones extremas— reaviva los viejos sueños de la alquimia.

El experimento ALICE no ha creado riqueza material, pero sí riqueza de conocimiento. Al examinar cada protón que vuela por el colisionador, los investigadores cumplen hoy algo parecido a la gran obra: demuestran que, bajo ciertas condiciones extremas, la naturaleza puede convertir plomo en oro, aunque sea por un instante muy breve. Así, la delgada línea entre ciencia y mito se dibuja más nítida que nunca: el oro del CERN, aunque efímero, brilla para la humanidad al alumbrar nuevos horizontes científicos.

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